“Je reste avec vous”

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Hay quien sostiene que Jean Cocteau, poco antes de morir afirmó que “los poetas no mueren, sólo fingen estar muertos”. No sé si esto es verdad, de esa verdad no literaria y menos verdadera que la mentira. A mí me parece que más bien la pronunció Fernando Pessoa en el Hospital de los Franceses de Lisboa, un día como hoy hace 77 años, después de pronunciar sus dos últimas frases que se han convertido en lugares comunes del mundo pessoano.

Hay quien, feliz o infelizmente,  aún cree que los poetas mueren. Nada podemos decir en su contra pues sobre ilusiones y creencias es mejor no discutir. Sin embargo si podemos hablar en contra de lo que creen. No es el tema, el diálogo, el abrazo, entre la poesía y la muerte, un tema más de la banalidad humana. Es, para decirlo con la exageración que merece: el tema, el único tema, sobre el que se levanta el gran libro del mundo, de la poesía y el pensamiento.

Sin Nada, sin muerte, sin final, no hay principio ni llegada, no hay nacimiento ni estética. Recordemos las palabras de Antero de Quental: “Sepamos comprender la Muerte, que es la única manera de que sepamos comprender la Vida y de que sepamos vivir”. De la Nada, y de la incomodidad que esta suscita en los mortales hace el poeta su bola de ser. Arrastra, como invertebrado terco, la bola de su ser y su devenir hecho de nada, una nada pegajosa y polifónica que arrastrada por el camino de la vida se va contagiando de forma irremediable con los olores y las verdades del mundo.

El Secreto de los hombres, su más íntimo secreto, que todos conocen y quieren olvidar, es que mueren al nacer. Frente a este fatal decreto que cumplen los mortales comunes está el secreto propio de los poetas, de todos, de los buenos y los malos, de los olvidados y los desconocidos; Los poetas nacen al morir. Sus poemas, su obra, es decir su vida, sólo nace, resucita, queda en el mundo, cuando mueren, en eso que hemos llamado biología, los ojos, las pieles y las manos que los sacaron de la Nada, la casa cansada de los poetas.

Pessoa supo, más bien, vivió, encarnó, en el destino del poeta, de poeta que no escribe para publicar sino para poder vivir tras la muerte, este secreto fatal y originario. Pessoa supo muy bien y lo dejó dicho, que todo poeta, comienza a vivir (“vive), cuando muere”, que “no hay muerte” y que no tuvo “existencia real”. La Resurrección del poeta comienza con su muerte. Con la aceptación primitiva y fatal de la muerte. Recordemos el lema de Goethe: “Muere y Deviene”. Recordemos el “Crear es preciso, Vivir no es preciso”, recordemos el “tal vez acabando, comiences” de Campos pero recordemos sobre todo el “Morir es sólo no ser visto” pessoano.

Los poetas no mueren, como tampoco mueren los mesías y los profetas. Los poetas y los enviados, los ocultos, los “encubiertos”, se van para regresar o para quedarse sin estar, en la presencia de su ausencia que es más decisiva que su propio existir corpóreo. No sé muy bien si fue João Guimarães Rosa o Gonzalo Rojas quien afirmó que “Los poetas no mueren, quedan encantados”. Poco importa quién pronunciase estas palabras, que por otro lado, bien podrían pronunciarse sin mucho esfuerzo después de conocer una verdadera alma poética. Más bien parece que estas palabras pueden ser, o son, el santo y seña del barrio de los poetas que duermen un largo sueño, un merecido reposo, un agradable encantamiento.

Es el barrio de los Fingidores. Fingen su muerte para hacer nacer sus poemas porque todo escribir, si es profundo y verdadero, es un escribir desde la ausencia, desde la nostalgia de una presencia plena pasada o futura. Los poetas no mueren, fingen su muerte, para hacer vivir su obra, para que su presencia germine en su ausencia mundana y banal, en la putrefacción ficticia de sus cuerpos, en la momificación aparente de sus ropas y sus huesos. Fingen su muerte, aceptan el encantamiento del tiempo cumplido de los mortales porque ya crearon, impusieron, con el sencillo gesto del arte verdadero, con la violencia de la poesía rotunda e insobornable, la eternidad a la propia vida.  Nunca saldrán de su patria, la Nada, que no conoce lo que es el tiempo y siempre se quedarán entre nosotros, aunque no les veamos. “Morir es sólo no ser visto” repite Pessoa, vez tras vez. “Je reste avec vous” dice la tumba de Jean Cocteau y la voz de todos los poetas.

Ilustración:  [João Abel Manta, 1974]

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