Un teatro sin máscaras: Pessoa en Epidauro.

Todos los que quizá leen estas palabras han escuchado que Pessoa era poeta. Están en lo cierto, pero hay un tipo superior de poeta que nadie sospecha que existe y sin embargo es imprescindible. Se trata del poeta que acaba por no distinguir el pensamiento, la conciencia y el mundo: el poeta dramático. Fernando Pessoa fue uno de estos poetas: ¿Qué es el mundo, un teatro que se olvidó de sus personajes o los sentimientos confusos que todos nosotros hacemos carne desde nuestro alma duplicada y triplicada según el día jugando a ser dioses?

Esta es la primera pregunta y quizá la única que el lector se lanza cuando se cuestiona por el origen de la galaxia Pessoa y esta es la pregunta que está en “El marinero”, la única obra de teatro publicada y completa de nuestro autor y que estos días ve la luz traducida al castellano. Pessoa comienza escribiendo un tipo de teatro que llama estático y que define como aquel “que no constituye acción […] sino revelación de las almas a través de las palabras intercambiadas”, un teatro “impenetrablemente individual”. Pessoa dice de esta obra que es una pieza donde transcurren “dentro de las almas tres sentimientos: el tedio, la duda y el sueño”.

Está pues en la base trágica de la obra y del modo de sentir la vida de Pessoa la pugna constante entre la unidad y la pluralidad con la que María Zambrano definió la Tragedia. El individuo despersonalizado, dudando, en medio de un sueño despierto (así definió Ortega la embriaguez en su ensayo sobre el Teatro) se baña de preguntas y contradicciones. El teatro estático y tal vez todo teatro creado por un solo autor es una revelación de las contradicciones sentimentales e irresolubles de un alma.

No estamos ante personajes que buscan un autor (Pirandello dixit) sino ante un alma rota, escindida que el espectador lee e interioriza mental y sentimentalmente. No es un teatro hecho para ser representado sino aspirado, contagiado, como una atmósfera nueva en la que el lector está desorientado y asombrado al mismo tiempo.

Tras haber traducido este libro un sueño recurrente aparece en mis noches. Estoy en el teatro de Epidauro. En la parte central de la grada, junto a una enorme muchedumbre silenciosa. Giro la cabeza hacia atrás y las gradas parecen no terminar nunca. Siento la sensación de una continuidad pétrea, de algo inacabable pero estático. En el escenario las tres veladoras del cadáver de su hermana que protagonizan la obra de Pessoa están muy cerca. Su voz es nítida y es la misma, aunque sus cuerpos posean leves diferencias. El Castillo sobre el que se representa la obra en el original no aparece y el catafalco sobre el que debería estar el cuerpo de la doncella velada es un espejo.

Todos los espectadores somos parte del sueño representado. Parece que apenas nos sentimos en el espejo y nos vemos como quien lee una vieja carta olvidada escrita en la adolescencia o la infancia. La voz de las veladoras trasmite una melodía armónica y como en las tragedias griegas los espectadores hemos dejado de contemplar para ser, unidos, el drama de la escena. No hay espectadores. Todos somos personajes. Todos somos todos.

Por un instante lo inútil, lo bello, lo ficticio, lo religioso, lo misterioso, el olvido, el sueño, el silencio, la neblina y lo imposible; convertidos en algo parecido a olores o música con pequeños matices se mezclan y se posan en mis ojos. Entonces, súbitamente, la veladora que relata cómo soñaba con un marinero que dudaba sobre la realidad del mundo y que creía habitar en una isla se agiganta y gana la totalidad de la escena. Ese marinero náufrago, tal como en la obra, y sin miedo ni voluntad de regresar a su patria perdida comienza a soñar otro mundo, otra patria mientras los verbos soñar y crear se vuelven indistinguibles.

Recuerdo el famoso poema de Pessoa publicado en Mensagem y titulado “Ulisses” donde puede leerse: “O mito é o nada que é tudo”. Tacho en mi libro “mito” y escribo en lápiz “sueño”. La multitud desaparece de las gradas de Epidauro.

Entonces despierto del sueño y lo completo en un estado intermedio cercano a la vigilia. Pienso en ese Ulises que fundó Lisboa, la soñada y la real, la misma que soñó y vivió de lejos y de cerca Pessoa. Pienso en Ítaca y me digo que todo teatro es solo y sencillamente añorar otra patria, soñarla nueva, creer que aún podremos vivir como real un nuevo sueño y hacer en la memoria del pasado y del presente una realidad conquistada: soñar despiertos sin dudas, ni hastíos ni desesperanzas siendo todos los hombres y sabiendo leer sus otros sueños y sus otros sentires. Ese día el mundo será de nuevo un teatro sin máscaras.

Pablo Javier Pérez López

El marinero, Fernando Pessoa. Hermida editores. 2021. Ilustraciones de Ignacio Lobera. Prólogo y traducción de Pablo Javier Pérez López.

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